En muchos casos, las parejas recurren a un tratamiento de Reproducción Asistida por un problema o patología de alguno de los miembros de ésta que deriva en la esterilidad o infertilidad, por lo que resulta un proceso psicológicamente duro y difícil de asimilar.
Con esta mentalidad, los pacientes tienden a relacionar un problema de esterilidad con un embarazo complicado o de riesgo, pero en la mayoría de los casos, estos factores no tienen ninguna relación.
Así, es importante recordar la diferencia entre esterilidad e infertilidad. El primer concepto se refiere a la incapacidad para concebir un embarazo, es decir, la dificultad de quedarse embarazada. En cambio, en la infertilidad la mujer consigue el embarazo, pero este no se puede desarrollar de manera correcta y acaba en aborto.
La esterilidad se puede tratar con técnicas de reproducción asistida y si finalmente se consigue el embarazo, este será, generalmente, normal y sin problemas. Sólo en los casos de infertilidad el embarazo será de alto riesgo y se deberá controlar para que se lleve a cabo con éxito.
Se calcula el principio del embarazo restando 14 días a la fecha de su inseminación, de su punción folicular o a la fecha de la punción de la donante para las receptoras de ovocitos. Las semanas de desarrollo del embrión corresponden a las mismas que en un embarazo natural.
Cuando estás embarazada, a menudo tienes síntomas que son nuevos o que resultan incómodos, como por ejemplo náuseas o acidez estomacal. Por lo general son molestias pasajeras sin motivo de alarma.
Sin embargo, algunos síntomas pueden indicar un problema más importante y, en ese caso, lo mejor es acudir inmediatamente a tu centro de salud o al hospital, por ejemplo, dolor importante al inicio del embarazo.
El riesgo de aborto espontáneo es el mismo (15-20%) que en un embarazo natural y va aumentando según la edad de las pacientes de inseminación o de FIV. Para las mujeres que reciben una donación de ovocitos, los riesgos no aumentan ya que los ovocitos provienen de una donante joven de entre 18 y 35 años.
Tras los 40 años, la mujer embarazada, sea de forma natural o tras técnicas de reproducción asistida, tiene más riesgos de desarrollar una hipertensión del embarazo, una diabetes gestacional… Por lo tanto, estos embarazos deberán ser seguidos cuidadosamente.
También se ha comprobado científicamente que los niños nacidos gracias a técnicas de reproducción asistida no tienen más riesgos de alteraciones genéticas o malformaciones que los niños nacidos vía un embarazo natural.
La obtención de una gestación por técnicas de reproducción asistida no excluye la necesidad de realizar las pruebas habituales para diagnosticar una anomalía en el feto. En principio, solo se realizará una amniocentesis cuando el resultado de Triple test (triple screening) salga con un valor alterado, El triple-test se compone de una prueba de sangre (cribado bioquímico) y de una ecografía que incluye la medición del pliegue nucal del feto.
Hay que tener cuidado con los embarazos gemelares, porque la analítica de sangre no es fiable y allí solo la ecografía ayudará al ginecólogo a establecer el riesgo.
En el caso de las receptoras, el triple test se debe realizar tomando la edad de la donante (y no de la receptora) y por lo tanto, la necesidad de realizar una amniocentesis será muy baja.
Tiene que pedir siempre consejos a su ginecólogo y referirse a la ley de su país. El triple test o la amniocentesis no suelen ser obligatorios.
“¿Mi embarazo será como el de otras mujeres?” Ésta es una pregunta típica y natural que puede hacerse una mujer que se ha sometido a un tratamiento de reproducción asistida. Y la respuesta es clara: un embarazo natural o uno conseguido a través de un tratamiento de fertilidad son iguales en el desarrollo del embrión, los síntomas de la mamá y el desarrollo del bebé.
Sin embargo, en mujeres de edad más avanzada, tanto si recurren a estos tratamientos como si no, deberán llevar un control más periódico del embarazo para comprobar que todo está yendo bien y llegar a término sin complicaciones.
En definitiva, un embarazo conseguido a través de un tratamiento de reproducción asistida no difiere de un embarazo natural en cuanto a resultado, pero sí es diferente en su inicio.
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